Ana Mombiedro es una arquitecta versátil e inquieta con un perfil innovador y dinámico. Ha trabajado en España y en otros países de Europa, Asia y Ámerica. Actualmente es estudiante de doctorado y en los últimos meses ha llevado a cabo distintos talleres de arquitectura y neurociencia. En esta entrada comparte con nosotros su experiencia intergeneracional en uno de sus talleres de papiroflexia en el Centro de Mayores de Lloseta (Mallorca).
Hace unas semanas recibí una propuesta para colaborar con un centro de día de una pequeña localidad mallorquina. Era la segunda vez que me contactaban, pues ya les visité antes del verano para hablar con los usuarios sobre la imaginación. Todos disfrutamos mucho de aquel primer taller así que cuando me dijeron que si me gustaría repetir no lo dudé.
Acababa de volver de hacer un curso de verano en la Bauhaus, donde cada mañana nos impartían clases de papiroflexia, haciendo eco de algunos ejercicios que Josef Albers hacía en sus clases allá por 1920 en una Bauhaus llena de jóvenes explorando los límites entre el diseño y la ingeniería.
Estos ejercicios se hacían por varias razones. Por un lado, para estudiar el carácter estructural del papel, por otro para aprender a expresar el espacio mediante el volumen, y la razón más interesante (en este caso), para aprender a lidiar con la frustración de trabajar con un material tan frágil sin romperlo. Obteniendo resultados que, a priori parecen muy complejos.
Compartir con los usuarios del centro de día de Lloseta la oportunidad de trasladarles un ejercicio que acababa de aprender en Berlín, que tiene que ver con el pensamiento espacial, que envuelve la creatividad y la expresión, ha sido una de las cosas más bonitas que he hecho en mi experiencia profesional.
El taller consistió en la elaboración de un móvil de papel, valiéndonos de un rotulador, unas tijeras y folios. Hubo muchas anécdotas que me hicieron ver la cantidad de trabajo que hay por hacer en este campo.
Pese a ser arquitecta, durante años me he dedicado al mundo de la educación. Educación entendida tradicionalmente como “lo que pasa en los lugares de aprendizaje”. Pero hace ya unos meses que estoy tomando la tangente… y esta experiencia en Lloseta es un excelente caso de ello.
¿Objetivo para los usuarios? Aprender a hacer una guirnalda decorativa. ¿Objetivo para mí? Aprender a comunicar mis ideas a personas que perciben el mundo de una manera muy diferente a la mía, o a la de mis estudiantes tradicionales.
Los usuarios aprendieron que (1) doblando un papel por la mitad, (2) luego de nuevo por la mitad, (3) dibujando unas marcas en diagonal desde el pico que esté en el centro del papel, y (4) haciendo cortes alternos, obtenían una guirlanda bien bonita para decorar el Centro de Día estas Navidades.
Yo, como docente, aprendí que cada usuario es un mundo. Una variedad de personas mucho más acusada que con los niños o adolescentes con los que he trabajado anteriormente. Aprendí que el apoyo del terapeuta ocupacional fue fundamental para el desarrollo del taller, donde el papel del instructor no consiste en hacer las cosas por ellos sino en adaptar la parte del ejercicio que les supone una dificultad. Además, aprendí que el momento de frustración por el que se pasa en el transcurso del ejercicio desaparece cuando abren la guirnalda terminada y la mueven para enseñársela a sus compañeros. Como también desaparece el recuerdo de haber hecho cualquier actividad conmigo en los casos de aquellas personas afectadas por la demencia o el Alzheimer.
Cuando comenzamos el taller y enseñé ejemplos de lo que haríamos la mayoría negaban con la cabeza, incluso un trabajador del Centro me confesó que cuando lo vio pensó que muchos no podrían hacerlo. Todos los usuarios, incluida Aina, la más veterana del pueblo con 99 años, pudieron hacer su guirnalda. Hubo algunos casos en los que dibujaron las líneas de corte donde no tocaba y salieron cosas muy interesantes. Además, cada persona hizo los cortes a su manera, por lo que todas las piezas eran diferentes, como cada uno de ellos.
Al terminar el ejercicio los usuarios hablaban y sonreían, algunos incluso repitieron e hicieron otra guirnalda. Estuvieron muy felices de hacer una actividad diferente, y me decían que les iban a contar a sus hijos “esto tan bonito que hemos hecho hoy”.
No sé si existe la vocación para hacer feliz a la gente, pero tener la posibilidad de compartir algo tan disparatado como un taller de Josef Albers en el Centro de Día para la Tercera Edad de Lloseta, es, sin duda, algo que espero recordar muchos años. Por lo menos, hasta que sea yo la que haga talleres con quiénes todavía hoy no sabéis leer.
Ana Mombiedro. Arquitecta | @AnukiNuk
Precioso post, Ana.
Gracias por compartir una experiencia tan hermosa, en su compleja simplicidad. Resulta estimulante comprobar cómo visión científica y creatividad pueden aunarse para combinar tópicos tan aparentemente distantes como ‘Bauhaus’ y ‘Tercera Edad’ produciendo un resultado útil y emocionante a la vez.
Tu línea de trabajo tiene, sin duda, un gran potencial.
Esperamos seguir compartiendo tus experiencias en este blog.
Gracias a vosotros Luis, por ver con carió el trabajo que hago y apoyar esta vertiente de la educación que tanto necesita nuestra sociedad 🙂 Espero poder compartir los próximos pasos que vaya dando.
Esperamos que así sea! Un abrazo 🙂
Ana, qué emocionante. La experiencia que narras es exactamente la razón de ser de este Laboratorio. Esa chispa que te hace mirar la vida desde otra perspectiva, como si pasaras de las dos a las tres dimensiones. ¿A que da vértigo? 😉
¡Qué bien expresado Eva! Poner en práctica todas mis pasiones y ver que se puede hacer y tiene una aceptación tan buena… un vértigo con mucha recompensa 😀