Imagen: Organización Mundial de la Salud
¡Qué bien suena! “El diseño inclusivo tiene que lograr que los espacios físicos, todos ellos, sean amigables con las personas mayores”. Sin embargo, hay que detenerse a pensar al respecto. Utilizamos la excusa de un reciente seminario que ha tenido lugar en Cambridge (Reino Unido) para hacerlo. Y llegamos a la conclusión de que inclusividad y diversidad deben ir de la mano.
A veces, lo mejor es sentarse y escuchar. Y eso es lo que hemos hecho en esta ocasión.
Hace unas semanas, el Centre for Research in the Arts, Social Sciences and Humanities de la Universidad de Cambridge organizó un seminario con este título —la traducción es nuestra—: “El reto del diseño inclusivo: que sea adecuado para todas las edades (y por qué es importante)”. La profesora Catharine Ward Thompson, de la Universidad de Edimburgo, fue la ponente invitada. No pudimos acudir, pero sí hemos escuchado la grabación de la sesión. Y nos ha hecho pensar. Os contamos por qué.
Imagen: www.crassh.cam.ac.uk
Lo que se dijo
La cuestión de fondo del seminario estaba clara: cómo desarrollar diseños inclusivos de espacios exteriores en donde pueda producirse la interacción entre niños, adolescentes y personas mayores, por ejemplo. ¿Por dónde empezar ese desarrollo? En el seminario se dijo que una buena forma de hacerlo es prestando atención a los factores que inciden positivamente sobre la salud a lo largo de la vida. En el fondo subyace esta idea: si encontramos elementos que sean altamente valorados a cualquier edad habremos dado con vías de acceso para conectar a personas de muy distintas edades. Y parece indudable que la salud puede ser uno de esos elementos. ¿Quién no desea tener una buena salud siempre?
A tal fin, la profesora Ward Thompson recomienda examinar con visión crítica los entornos exteriores que nos rodean y hacer un listado de todos aquellos elementos perjudiciales para la salud de las personas cuando ponemos un pie en la calle: polución, aceras llenas de gente, zonas aisladas y mal iluminadas, elección errónea de materiales constructivos, barreras arquitectónicas, señalización inadecuada, tráfico excesivo, etc. Todo esto tiene un impacto directo negativo sobre nuestra salud y, por tanto, eleva el gasto médico en consultas y hospitales.
Otra idea: el diseño inclusivo tiene que lograr que los espacios físicos, todos ellos, sean amigables con las personas mayores. La inclusividad obliga a cuidar la salud de las personas mayores y a hacer todo lo posible para que se relacionen con un espacio exterior amable, que las mantenga activas física y psicológicamente, que fomente las relaciones y que las anime a salir de sus casas para evitar el aislamiento social.
Los espacios verdes también son vitales. Se ha analizado cómo son los espacios verdes de zonas o barriadas ricas y aquellos situados en zonas deprimidas; a veces, estos últimos sufren ataques de vandalismo o son territorio de bandas juveniles que hacen que su uso para todas las edades esté limitado. O al contrario: puede que sea la gente joven la que no se sienta bienvenida en esos espacios.
Se entiende que a medida que envejecemos es muy importante fomentar las salidas a espacios exteriores; debería ser una práctica obligada para tener una buena calidad de vida, y una buena salud mental y física.
Los espacios verdes son otro camino para fomentar el compromiso social en las distintas comunidades y barriadas. Los espacios verdes deberían reconocerse como espacios positivos que nos animan a interactuar, de ahí la importancia de cuidar su diseño y asegurar en ellos la inclusividad.
La profesora Ward Thompson explicó que se está trabajando con estudiantes de Arquitectura de diferentes universidades sobre cómo diseñar espacios exteriores urbanos, en particular las calles, para que sean inclusivos. Y se están recopilando proyectos con ideas innovadoras para hacer una guía que explique qué hacer en los entornos urbanos para que sean amigables y amables con todas las edades, pero haciendo hincapié en las personas mayores. Esto implica, por ejemplo, prestar atención al número de viandantes, a la señalización, al tráfico, a los semáforos, al ancho de las calles, a la iluminación, a los materiales de los pavimentos, a los distintos coloridos, al tamaño de los letreros, etc. Todo cuenta de cara a cuidar la salud y el bienestar del variopinto perfil de personas y generaciones que convivimos en los espacios públicos.
No hay que olvidar tampoco el tema de las transiciones: qué sucede entre el espacio interior de nuestros hogares y el mundo exterior. Obviamente, las transiciones fáciles ayudarán a mejorar el flujo de entradas y salidas. ¡Nadie debería permanecer encerrado en su casa a menos que así lo haya decidido en uso de su libertad! Las transiciones entre espacios son el puente hacia mejores y más habituales interacciones.
Por supuesto, en el Seminario también se habló de la accesibilidad de las viviendas. A menudo, cuando nos instalamos en una vivienda a edad temprana no tenemos en cuenta si se trata de un lugar en el que se podrá envejecer bien: ¿está situada en planta baja?, ¿tiene fácil acceso al exterior?, ¿tiene algunas barreras arquitectónicas en su entorno?
Y si pasamos al interior de las viviendas, el diseño inclusivo también cuenta: fácil acceso a cuartos de baño, supresión de escalones para acceder a distintos niveles dentro de la vivienda, importancia de la luz natural, ventanas que permitan ver con facilidad el exterior,… y así podríamos seguir.
Lo que pensamos
Como vemos, hay mucho que pensar al respecto. Para empezar, ¿hemos llegado a plantearnos, cuando nos desplazamos en un espacio público, que nos cruzamos con personas de diferentes edades y capacidades? No queremos decir que la edad explique la capacidad sino que estamos rodeados de diversidad. El diseño inclusivo tiene que incluir en la diversidad, sin reducir ni manipular la diversidad. Justo lo contrario de lo que sucede en este parque público de una ciudad española:
Imagen: Mariano Sánchez
Un “parque para mayores” puede parecer un paso correcto en la dirección de hacer la ciudad un lugar amigable para todas las edades pues intenta que las personas mayores no queden al margen. Pero si nos fijamos bien en el cartel, esa amigabilidad se hace al precio de eliminar la diversidad: “Prohibido el uso a menores de 18 años”. ¿Incluimos a unos para excluir a otros?
A nuestra colega de Edimburgo le diríamos que, en efecto, hay que prestar atención específica a cómo las personas mayores pueden seguir incorporadas a los espacios públicos. Pero no es suficiente. Detrás de esa amigabilidad no puede estar la fragmentación. Y eso es justamente lo que un buen enfoque intergeneracional defiende: no se trata hacer diseños inclusivos para las personas, para cierto grupo de personas —niños, jóvenes, personas mayores— sino de procurar la inclusividad de las relaciones entre todas las personas. Y si priorizamos las relaciones tienen poco sentido los “parques de mayores”.
como se genera un espacio publico; un espacio residual por ejemplo puede soportar diseños incluyen-tes y por lo tanto sostenibles si se tiene en cuenta los posibles usos que allí se puedan presentar, al espacio publico no se le puede exigir desde el deber ser puesto que es naturalmente que accedemos a esos espacios. lo que se puede permitir el diseñador es invitar a las personas a aventurarse con tranquilidad, superponer posibilidades de juego y de calidad de texturas y de amoblamientos
¡Gracias por tus observaciones, Alejandro!